ESCALERAS DE LA CONFUSIÓN

Las escaleras de la tienda de Carmelita nunca fueron las más bonitas, pero en ella hay secretos más resguardados que la fortaleza de San Juan en Puerto Rico. Entre días de semana se convertían en el punto de encuentro de jóvenes enamorados que cursaban grados intermedios en la escuela Carlos Zayas.

Con la a la gallera a la espalda cerrada hasta el fin de semana las escaleras fueron cómplice de que ahí se establecían amoríos y en ocasiones se terminaban. Muchos fueron las jóvenes que por allí se arrimaban a esperar que llegara el chico que en algún momento les interesaba.

Un día de escuela apareció un galán que con esa escuela no tenía que ver nada. Lo llevó su vecino desde el pueblo contiguo porque su auto en esa ocasión lo había dejado a pie. Joven alto, moreno, apuesto de sonrisa amplia y sentimientos sinceros. El nunca titubeo y le busco la vuelta a la tan difícil situación.

Llego alegre de poder lograr ver la joven que lo esperaba. Ella era de silueta esbelta y ojos verdes como las hojas de los árboles que los rodeaban. En su ignorancia infinita la jovenzuela no puedo pasar por alto el Mustang azul Turquesa del que él se bajaba. ¡Qué horror!

Ella cabizbaja y confundida lo rechazó porque ella para el amor definitivamente no estaba preparada. Más de cuarenta años después el recuerdo del ayer emerge como lección de que lo que no ha de ser puede finalizar por razones muy estúpidas y poco complicadas.

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